La tercera revolución alimentaria ya está en marcha con microorganismos y genes

En contraposición a la generación de alimentos en procesos «ineficientes», como el crecimiento de plantas o engorda de animales, se estima que se generarán alimentos balanceada en procesos de «fermentación de precisión»

En un planeta finito encaminado a los diez mil millones de seres humanos, se plantean serias preguntas acerca de cómo nos podremos alimentar sin consumir lo que queda del mundo natural.

Según explica Diego Bárcena Menéndez, Doctor en Biología sintética, horticultor español y activista de “Ecologistas en Acción”, hace falta concientizar respecto de que los límites biofísicos reales de nuestro planeta -para vivir en armonía con la naturaleza- no son los diez mil millones de personas, sino los mil millones de donde vinimos. “No tenemos que seguir creciendo exponencialmente y colonizar planetas inhóspitos en nuestro sistema solar, sino aprender a convivir en el único planeta habitable que conocemos. No somos una fuerza dominadora de la naturaleza, sino que nos hemos convertido en una parte fundamental de ella”, agrega el biólogo, quien recuerda que “gracias a la revolución verde y a las energías fósiles, hemos podido mantener un crecimiento exponencial por un siglo. El dilema que se nos avecina para el próximo no tiene precedentes históricos y no hay una salida fácil”, comenta.

En el actual escenario de crisis climática, Bárcena explica que la civilización moderna hiperconectada se nutre por completo de recursos cada vez más escasos. “El petróleo y sus derivados como fuentes de energía empiezan a escasear, los depósitos de fósforo se agotan, el suelo fértil cada temporada deja de serlo un poco más. En paralelo, los residuos que generamos dejan una marca cada vez más permanente sobre la faz de la tierra”, aclara el doctor en biología sintética.

En la misma línea, un reciente estudio en la revista Nature, señala que en el remoto caso de que redujéramos las emisiones de dióxido de carbono (CO2), las emisiones de óxido nitroso (N2O) derivadas de la agricultura tanto industrial como convencional ofuscarían esta reducción.

En efecto, las emisiones de óxido nitroso (N2O), se han convertido en el tercer gas de efecto invernadero más importante después del dióxido de carbono y el metano.

Cultivar solo lo que nos sirve

Ante esta coyuntura, los pensadores tecnoutópicos vislumbran en el horizonte una tercera revolución alimentaria, siendo la primera la revolución neolítica con la domesticación de semillas y animales, y la segunda, la revolución verde.

“Esta vez la revolución se basará en el dominio de los microorganismos y los genes que los componen. La visión va un poco así: en vez de generar alimentos en procesos «ineficientes», como plantas o animales, generaremos nuestra alimentación balanceada en procesos de «fermentación de precisión», en los que se utilicen microorganismos modificados genéticamente para producir individualmente los nutrientes que necesitamos. En vez de tener que formar tallos, raíces y hojas, o huesos, nervios y músculos, podríamos simplemente cultivar la parte «servible» de éstos”, comenta Bárcena.

Hay dos productos de estos fermentadores con utilidad comercial. Por un lado, los derivados nutritivos o sustancias activas que sean de difícil producción o se encuentren solo en pequeñas cantidades. “Un ejemplo de muchos es la elaboración de quesos. Antiguamente se utilizaba el cuajo, un líquido extraído del estómago de rumiantes juveniles con un alto contenido en quimosina, una proteína que ayuda a los rumiantes a digerir la leche materna. Se estima que actualmente más de un 80 % del queso industrial se elabora con una quimosina producida sintéticamente en fermentadores utilizando bacterias. Este mercado está ahora globalmente dominado por 10 empresas productoras de quimosina recombinante, un monopolio habitual siempre que se opta por soluciones tecnológicas”, recuerda el biólogo.

El otro producto derivado de los fermentadores de precisión, son los tejidos multicelulares. En estos casos, se habla de cultivos de células en moldes de colágeno que idealmente sabrían y tendrían una textura similar a la carne. Si bien estos están todavía en fase de desarrollo, ya generan grandes inversiones para su desarrollo.

Según reconoce Bárcena, “el único argumento medioambiental que encontramos en quienes defienden esta centralización alimentaria, es que al ser procesos más «eficientes» requieren menos energía y materias primas por gramo de nutriente producido, así que se lograría reducir las emisiones de CO2 y N2O con respecto a la agricultura convencional. Sin embargo, en este cómputo no se incluyen los costos ambientales de los procesos de obtención de los alimentos secos para el ganado, ni sus daños colaterales”.

En ese sentido, el doctor en biología agrega que la visión tecnooptimista no esconde su deseo de, en un futuro no muy lejano, prescindir por completo de la agricultura tradicional. La tercera revolución agraria, nos dicen, será la combinación de la fermentación de precisión con la industrialización de la producción alimentaria.

Devolver la importancia al campesinado

La solución, quizás irónicamente, tendrá que dejar atrás la visión de grandes explotaciones agrícolas o ganaderas, intensivas y robotizadas, o la «carne de laboratorio». Rara vez se plantea que el futuro pase por métodos de alimentación más sencillos y, en consecuencia, más sostenibles. Es más que probable que la respuesta a nuestro dilema de futuro sea recuperar conocimientos casi extintos, principalmente del mundo rural.

Ante una climatología cada vez más errática, la mejora genética de organismos debe darse por medio de la observación y la selección de razas que se adapten mejor a esta nueva realidad y no por la selección de especies que se aclimaten a estar confinadas en fábricas o laboratorios.

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